Fecha: 19 diciembre, 2022

Un total de 130 tordesillanos emigraron a las Américas entre los siglos XVI y XVII en busca de un mejor porvenir, convirtiéndose muchos en gobernantes, conquistadores e importantes religiosos

Además de ser mundialmente célebre por ser el lugar donde se firmó el tratado que dividió el Nuevo Mundo –todo un hito diplomático que marcó la historia- el legado que dejó Tordesillas en las Américas va más allá del acuerdo rubricado en 1494 entre Castilla y Portugal. Nos referimos a los 130 vecinos de la Villa que, a lo largo de los siglos XVI y XVII, emprendieron un viaje sin retorno al nuevo mundo. Estos intrépidos aventureros dejaron todo atrás en busca de una vida mejor, y en muchos casos encontraron fortuna y riquezas más allá del Atlántico.

Inmediatamente después de la firma del Tratado, numerosos jóvenes tordesillanos se embarcaron rumbo a Latinoamérica. Se trataba de personas de entre 15 y 27 años, la mayor parte de ellos solteros y varones, quienes solicitaron el permiso para viajar, muchos de ellos con el oficio de criados (se trataba de la forma más sencilla de embarcar). Entre ellos también había algunos religiosos, como el obispo Andrés Juan Gaitán.

La mayor parte de los tordesillanos expedicionarios tuvieron como destino el Virreinato del Perú (el 38% de ellos); o Centroamérica (el 20%). Sin embargo, otros terminaron en Nueva España –actual México- (el 15%) y los menos en las Antillas- actual Cuba- (el 10%). También se dio el caso de un tordesillano, Jerónimo de la Vega, que salió con destino a Filipinas en la expedición de Gonzalo de Ronquillo, en 1578.

Los Alderete, una familia influyente

En el siglo XV el apellido Alderete era muy frecuente en la Villa del Tratado, en ocasiones ligado al poder de la época. Un ejemplo es Pedro González Alderete, regidor de Tordesillas y fundador de la capilla de la Iglesia de San Antolín, donde actualmente reposan sus restos sepultados bajo un exquisito tallo de Gaspar de Tordesillas. Entre los emigrantes a las Américas constan hasta siete personas que trasladaron este apellido al otro lado del charco. Uno de ellos fue Juan Fernández de Alderete, nacido en la Villa en 1502. Este pasó a

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

las Indias con 32 años, con un refuerzo de armas y soldados, y se convirtió en un intrépido conquistador.

Entre otras hazañas, exploró y conquistó Venezuela, donde sufrió el maltrato de la compañía de alemanes dirigidos por Federmann –quienes contaban con el permiso de Carlos V para explorar la zona y quienes no veían grata la presencia de españoles-. Tras grandes penurias, el tordesillano consiguió llegar a Perú y se unió a la expedición de Pedro de Valdivia, dirigiéndose a la conquista de Chile. Así se convertiría en fundador de Santiago del Nuevo Extremo (Actual Santiago de Chile), convirtiéndose en un gran señor y propietario.

En esta misma expedición participó también Jerónimo de Alderete y Mercado, hijo de la tordesillana Isabel de Alderete, otro célebre aventurero. Antes de su muerte, Juan Fernández de Alderete fundó el primer convento de frailes de San Francisco, el cual aún existe en la actualidad, y terminó sus días como fraile franciscano. Su hija Inés de Alderete se casó con el conquistador Juan Barros, y sus apellidos aún se conservan entre los altos estratos sociales del país araucano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Otro de los más célebres tordesillanos que hicieron fortuna en el Nuevo Mundo fue Felipe de Espinosa y Mieses, quien llegó a Perú en 1613. Allí se convirtió en un importante comerciante de importación al por mayor, gestionando una importante red de conexiones marítimas y terrestres. Además, ocupó distintos cargos políticos en Lima –alférez real, concejal y alcalde-, donde participó en la construcción de la ciudadela entre otras importantes obras públicas. Gracias a su fortuna fue propietario de grandes extensiones de viñedos en Pisco y contó con un navío propio, el ‘San Felipe de Jesús’.

Por su parte, el tordesillano Juan Galdós de Valencia ocupó distintos cargos en Ultramar, entre los que destaca como fiscal y posteriormente alcalde del crimen de la Audiencia de México, así como oidor de las Reales Audiencias de México y de Lima. Conocido como un hombre ‘sesudo y reposado’, resolvió diversas cuestiones en numerosos viajes por todo el Continente. Tras su muerte, en torno a 1635, una parte de sus bienes llegaron a España, destinados a diversas congregaciones religiosas de Tordesillas, especialmente de la iglesia de San Antolín.