Fecha: 5 abril, 2021

Al margen del Torneo del Toro de la Vega, las calles, corros y plazas del municipio han acogido, desde tiempos inmemoriales, unos festejos taurinos populares que siempre han estado rodeados de una enorme afición y que han logrado atraer a numerosos visitantes.

La tradición taurina de Tordesillas siempre ha ido mucho más allá que el Torneo del Toro de la Vega. Pese a que este célebre e insólito evento –y su impacto mediático- haya podido eclipsar al resto de festejos de la localidad, lo cierto es que la Villa del Tratado ha sido, desde tiempos inmemoriales, un municipio donde la fiesta taurina ha estado presente en todas sus formas.

Tal y como señala el historiador Jesús López Garañeda, “las fiestas de toros sobresalieron sobre todas las demás diversiones en Tordesillas, siendo costumbre en las numerosas visitas reales y otros acontecimientos importantes la celebración de festejos taurinos, desde encierros hasta toros enmaromados o embolados”. Así, aquellas sencillas plazas o corros donde se celebraban lances frente al astado son el primer germen de las plazas de toros actuales, mientras que la figura del toro era, en todo momento, “el punto de referencia donde el pueblo depositaba sus alegrías y sus frustraciones“.

Para explicar la antigüedad de estos festejos populares, hay que tener en cuenta que correr los toros está considerado como el procedimiento más antiguo que existe para burlar a los astados. El Torneo del Toro de la Vega es una celebración que surgió a tenor un encierro, y según algunos investigadores, este podría retrotraerse al año 1355, con lo cual es evidente que el origen de estos espectáculos se remonta a la Edad
Media. Ya en el siglo XVI, la Plaza Mayor de Tordesillas se mudaba en un coso de formato rectangular para acoger el epicentro de la fiesta. Y remontándonos a esta etapa, es de reseñar que los encierros siempre han ido de la mano de las corridas, complementando la actividad taurina en los días de fiesta.

Tal y como indica Garañeda, el primer ganadero de Tordesillas en la historia del que se tiene constancia que realizaba encierros de toros fue Francisco Reguilón Enríquez, en el siglo XVII.Con anterioridad, otra de las referencias que se tienen de los encierros celebrados en Tordesillas nos llevan a remontarnos al año 1592, cuando, en pleno mes de junio, Felipe II hizo una parada en Tordesillas. Según los archivos históricos, después de comer, el monarca fue testigo de cómo se corrían los toros hacia el Palacio y el río, en una llanura que hacía las veces de plaza, y donde se habían instalado tablados. Ese día, uno de los toros saltó al agua del Duero. En este sentido, otros documentos históricos redundan en la creatividad que existía entonces a la hora de llevar a cabo estos encierros, llevándose a cabo “despeñamientos” de los erales frente al Palacio, “precipitándolos por el talud hasta el río, donde se les picaba desde barcos preparados a tal efecto”.

Si los encierros de Cuellar o Medina del Campo han sido distinguidos por su larga herencia histórica –los primeros datan del año 1215 y los segundos de 1490- los de Tordesillas, pese a no tener fechado un registro de inicio, acompañaron en todo momento al resto de festejos populares. Las singularidades de las fiestas tordesillanas fueron, desde hace siglos, foco de atracción de primer orden para los aficionados a los toros de toda la provincia, siendo el toro un “tótem” en las vidas de sus vecinos. Es curioso que, históricamente, la responsabilidad en el desarrollo de los encierros se delimitaba, según uso y costumbre, siendo el ganadero el responsable de los astados hasta que cruzaban la boca del puente. A partir de entonces, si le ocurría alguna desgracia a algún toro, los gastos corrían a cargo de las cofradías.

Los encierros se llevaban a cabo, en Tordesillas, en torno a lugares ya inexistentes, como el enclave de la Ermita del Cristo de las Batallas, ubicado en la orilla sur del Duero. El puente medieval ha sido, históricamente, el hilo conductor de su recorridos. Paralelamente, calles y plazas se delimitaban, para movilizar al toro hasta el campo o viceversa, en una fiesta que atraía a numerosos participantes y observadores, siempre reservando sus mejores puestos en balcones y miradores.

La barriada de San Miguel fue otro de los puntos donde se corrieron toros en el pasado, al llegar la celebración de los santos arcángeles San Miguel, Gabriel y Rafael. Al llegar esta fecha de finales de septiembre se celebraban durante ocho días unas fiestas acompañadas de encierros que corrían a cargo de las instituciones cofrades. Ya desde el siglo XVII, el corro de San Miguel era uno de los emplazamientos elegidos para correr los toros y capearlos, generalmente ensogados, mientras que se reservaban los toros para su muerte únicamente en la festividad de La Peña.

Estas celebraciones taurinas se llevan a cabo también en los corros de Santa María, San Juan, San Antolín o San Pedro. “Menuda juerga, griterío, emoción, riesgo y armonía entre los del barrio, que servía de acicate para el resto de la comunidad tordesillana, para convivir, compartir el pan y la sal, el rezo, la diversión y la alegría”, apunta López Garañeda. De esta manera, los toros bravos estaban presentes en las calles de la Villa muchos años antes del nacimiento de la tauromaquia reglada y regulada tal y como hoy la conocemos.

La historia ha demostrado que los encierros fueron, en Tordesillas, reflejo de una herencia histórica y cultural que nos remonta a un pasado lejano, convirtiéndolos en eventos perfectamente comparables, por su peso y trayectoria, con fiestas taurinas de otras localidades que sí cuentan con reconocimientos de Interés Turístico Regional, Nacional o Internacional. En este sentido, desde el Ayuntamiento de Tordesillas, el concejal de Festejos, Miguel Ángel Posada, se muestra partidario de “trabajar para ponerlos en valor y lograr su declaración de Interés Turístico”. “Los encierros de Tordesillas no son unos encierros más. Por su historia, por sus características únicas y por su espectacularidad son encierros de mucha pureza. Con su recorrido a caballo por los pinares de la Vega, la entrada al pueblo cruzando el Duero por el puente medieval, cuentan con un recorrido urbano versátil para cualquier corredor, principiante o experto”, señala Posada. “La gran afluencia de aficionados de toda España nos hace valorar nuestros encierros de una manera más especial”, concluye.

Fotografías cedidas por el grupo fotográfico ‘Ayer y hoy’.

Autosave-File vom d-lab2/3 der AgfaPhoto GmbH
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